Esta obra, cargada de simbolismo y misterio, nos transporta a un escenario onírico donde el carnaval y la introspección se entrelazan. El rostro melancólico de un arlequín en primer plano, con su mirada perdida y su lágrima pintada, refleja la dualidad del carnaval: una festividad llena de color y alegría, pero también de máscaras que esconden emociones más profundas. Sugiere un espacio ambiguo, casi teatral, donde las identidades se diluyen y las verdades se ocultan bajo disfraces. A su alrededor, los objetos flotan en una coreografía surrealista. Cada detalle de la pintura parece invitar al espectador a reflexionar sobre las emociones ocultas detrás de las máscaras que todos llevamos, especialmente en momentos de aparente celebración.
Agotado
